La mente tiene en el orden de 80.000 pensamientos diarios. Dicen los expertos que aproximadamente el 80% de los mismos son negativos por tanto es muy fácil dejarse llevar por ellos y que nos sumen en momentos de tristeza o de abatimiento sin darnos cuenta de que, cada uno de nosotros, en nuestro día a día, tenemos cosas, situaciones, personas para agradecer. Vivir desde esa gratitud nos va a hacer conectar con nuestra esencia.
Venimos a este mundo como seres puros y con una mente limpia. Las circunstancias, la información que nos llega del exterior, las vivencias, las relaciones… todo nos va creando un mapa mental que nos lleva a conectar con ideas negativas y desconectar de la abundancia y la gratitud.
Si algo me ha enseñado la meditación es que la mente es maravillosa y además, tiene un potencial tremendo. Por ello debemos utilizarla de forma que podamos disfrutar de la vida el máximo tiempo posible y no dejarnos llevar por el sufrimiento, que, también existe, pero que va a estar ahí igualmente, por lo que no es necesario que lo alimentemos.
Cuando entrenamos la conciencia nos estamos permitiendo darnos cuenta de dónde está nuestra mente y por donde nos está dirigiendo. Algo que parece fácil, pero que el piloto automático en el que estamos la mayor parte del tiempo, directamente, nos impide saber lo que estamos pensando o sintiendo. No estamos viviendo sino dejándonos vivir sin tenernos, en muchas ocasiones en cuenta.
El silencio de una meditación es el momento en el que conectamos con nosotros mismos. Es verdad que hay días que la mente está muy agitada y no paran de suceder pensamientos de cosas que han pasado o situaciones que queremos que pasen o que no sabemos que pasarán.
El pasado es algo que ya pasó, no podemos cambiar y debemos utilizarlo para aprender, sacar conclusiones, y si da lugar, perdonar a otros o personarnos a nosotros mismos. El futuro es incierto por naturaleza, por eso, si nuestra mente se pasa mucho tiempo en él comienza a generar una expectativa que en muchas ocasiones son la semilla de la frustración futura.
El mejor momento donde podemos estar es en el presente, que es el único del que tenemos certeza. Por ello, las sentadas de meditación, como me gusta llamarlas, son momentos de entrenamiento para anclar la mente en ese momento, una y otra vez, las veces que hagan falta. Poco a poco nos irá haciendo caso. Es algo así como entrenar a un cachorro que acaba de llegar a nuestra casa y se sube al sofá y tenemos que ir poco a poco educándole para que no lo haga. Al final, aunque algún día se sube, si no estamos en casa o no nos damos cuenta, pero, enseguida se bajará cuando nos vea.
Si he decidido continuar formándome como profesional de Mindfulness y también de otras técnicas de meditación es porque he sido consciente de la herramienta tan potente que supone. Se trata de técnicas que se utilizan en Oriente desde hace más de 2.500 años y que actualmente la evidencia científica ha demostrado los beneficios que nos aportan.
En esos minutos de silencio, podemos llevar nuestra atención a un foco concreto como es la respiración o los sonidos que haya en ese momento. Podemos escuchar el silencio si lo hay o incorporar los ruidos a la meditación como parte de la experiencia. Personalmente, uno de los mayores placeres de mi vida es estar en la calle, ya sea la montaña, la playa o paseando por un pueblo (vivo en Madrid así que lo de pasear por mi ciudad puede ser muy placentero pero no silencioso) y no escuchar nada o como mucho algún pájaro de fondo. Si estoy en mi casa y mis vecinos, que está claro que no opinan lo mismo que yo sobre el silencio, me lo permiten, disfruto de ese momento de quietud en el aire, de mi espacio en silencio, de paz.
Y, además de los ruidos externos… están los ruidos internos, la radio mente que llaman algunos.
Hace unos días en una escapada que hice a la playa, paseando por la orilla del mar, cuando ya llevaba un buen rato caminando, me di cuenta de que estaba tan metida en mis pensamientos que ni oía el sonido del mar, ni era consciente de ir mojándome los pies, ni de las vistas de la inmensidad del mar frente a mí. Quizá no pueda gestionar los ruidos de mis vecinos pero si puedo gestionar mi ruido mental. Me di cuenta la belleza que me estaba perdiendo en el presente por estar enredada en asuntos que, o que ya habían pasado o que ni siquiera sé si llegarán a suceder.
Darme cuenta de donde estaban mis pensamientos, las sensaciones beneficiosas que el entorno me proporcionaba y me estaba perdiendo y la energía que estaba gastando en pensar en cosas que no estaban sucediendo o ya habían pasado, me ayudó a querer soltar esas ideas y anclarme a ese momento.
Si os encontráis en esa situación alguna vez, podéis utilizar los sentidos para anclaros. Pude utilizar mis ojos para mirar y no solo ver el mar ante mí, utilizar el tacto, a través de mis pies en el contacto con la arena, la sensación de la brisa sobre mi piel, el olor del mar y el sonido de las olas al llegar a la orilla.
Quizá la llegada del verano, las escapadas que puedas hacer o simplemente tener tiempo para parar de hacer, pueda ser un buen momento para reflexionar sobre tu ruido mental. Yo te invito a ello.
Vive con consciencia. Vive con Bienestar.
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