En las puertas de las vacaciones para muchos o de pequeñas escapadas en la playa o en la montaña para otros, está claro que tenemos por delante días de descanso, de desconexión o de realizar actividades poco habituales en nuestro día a día
Tampoco se trata de hacer nada especial, quizá es simplemente sentarte a desayunar sin prisas con la familia o pasear con tu mascota sin mirar el reloj.
En cualquier caso son momentos que nos invitan a parar, a disfrutar de lo que estemos viviendo en ese momento y a conectar más con nosotros mismos. Muchas veces es en vacaciones cuando se toman decisiones importantes respecto a la ciudad en la que vivimos, la pareja o el trabajo. Quizá hasta ese momento no nos habíamos parado a escuchar lo que realmente queríamos… da igual…el hecho es darse cuenta de que lo queremos está alineado con lo que hacemos para conseguirlo y en caso contrario tomar las decisiones necesarias para lograrlo o al menos acercarnos. A veces tendremos que modificar el objetivo porque las circunstancias han cambiado y hacen que tengamos que realizar algún ajuste.
El entrenamiento de la atención plena o de la conciencia plena, que sería la traducción de Mindfulness (aunque en español no suene muy bien), nos sirve para, precisamente, darnos cuenta de esos momentos. A veces simplemente nos enseña a relacionarnos de otra manera con algo, válido para personas también, que nos causa estrés, desde un estado de mayor serenidad. No digo que esto suceda de un día para otro y sea un proceso indoloro, pero, con el tiempo, se consigue. De la misma manera tampoco logramos ver beneficios en nuestro cuerpo tan solo por ir un para de semanas al gimnasio. Sin embargo, en ambos casos se trata de un proceso con resultados visibles.
¿Y cómo podemos entrenar Mindfulness y llevarlo a nuestras vidas? hay dos vías que podría decirse que son dependientes e independientes. La práctica de una, antes o después, facilita la práctica de la otra. Aun así, no hace falta realizarlas de forma conjunta.
Por un lado la práctica formal, que es aquella en la que nos sentamos a meditar en una postura estática durante un tiempo, que pueden ser desde 5 minutos a 1 hora o el tiempo que cada persona pueda o quiera. En ese momento de silencio conectamos con nosotros, con nuestros pensamientos, con nuestras sensaciones corporales y nuestras emociones en el momento presente.
Por otro lado,la práctica informal, aquella que realizamos fuera del cojín de meditación o de esa postura inmóvil. Se trata de llevar la atención a lo que se esté haciendo, llevando todo el foco en esa actividad ya sea lavarse los dientes, cocinar, conducir o comer. Teniendo la conciencia 100% de lo que estamos haciendo mientras lo hacemos.
Una práctica retroalimenta a la otra ya que, cuanto más practiques, más espacios de conciencia irás notando en tu vida.
Con la práctica de Mindfulness seremos más conscientes de nuestras reacciones. En algunos casos, ya es mucho porque no puedes modificar algo que no sabes que existe y poco a poco ir sustituyendo esa reacción por una respuesta más adecuada, fundamentalmente para ti. No se trata de eliminar el sufrimiento pero si, al menos, de no alimentarlo.
Muy relacionado con esto, está la gestión emocional ya que, en algunos casos, es la responsable de decisiones importantes en la vida. Algunas veces las emociones cogen el micrófono y deciden por nosotros.
En Mindfulness no se utilizan conceptos como los de emociones positivas o negativas porque eso sería etiquetarlas y facilitaría el apego y el juicio a lo bueno y a lo malo. Más bien se diferencia entre las emociones agradables o desagradables teniendo en cuenta las sensaciones que nos producen. En ambos casos todas nos vienen a decir algo y esa información necesita un espacio en nuestro cuerpo.
Las emociones más incómodas, son aquellas que nos producen malestar y ante esta situación podemos actuar de dos formas. Por un lado, no hacerles caso y guardarlas en un cajón, o, por otro, dejarlas que estén un tiempo con nosotros, darles su espacio e intentar extraer información de ellas. Ambas son válidas pero, en el primer caso, aunque es una “solución más rápida” es muy posible que sólo funcione en el corto plazo. Una de las actuaciones estelares en estos casos es la huida. Creedme, he sufrido directa e indirectamente estas situaciones y no se lo recomiendo a nadie porque se causa y se sufre mucho dolor.
Familiarizarnos con nuestras emociones y saber distinguirlas debería ser algo que se enseñara en los colegios para que, una vez lleguemos a adultos podamos comprender mejor lo que nos pasa sin juzgar la experiencia ni a nosotros mismos.
Os invito a que en estos días de descanso que se acercan os iniciéis en la práctica y comencéis también a observar el papel de vuestras emociones. Poco a poco y sin juzgar. A ver qué pasa…
Vivid con consciencia. Vivid con bienestar.
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